Dicen unas personas que otras somos como una partida de ping pong: de un extremo al otro. Que no tenemos grises. Me pregunto si realmente es verdad. Esas personas pulverizan con su lógica; cuando buscas apoyo y unos mimos, te vapulean con su "esto es así y así y así".
A veces no deseamos la lógica en las cosas, simplemente ansiamos un toquecito en la espalda y un "vamos, vamos, que todo se pasa".
Pero no llega cuando lo necesitamos.
Hace mucho encontré un libro llamado "Sopa de pollo para el alma". Era un conjunto de historias de esas que te reconfortan: como el protagonista tiene un final feliz, tú te sientes un poquito mejor tras la lectura. Su autor comenta que el título fue escogido porque recordaba a su abuela, que hacía una sopa de pollo caliente y sabrosa que te entonaba el cuerpo en días de frío y lluvia.
El problema es que la "sopa de pollo para el alma" debe ser natural y servirse en el momento adecuado. Y, o bien, llega demasiado tarde (o no llega) o lo que te ofrecen es un sopicaldo, que es el sinónimo alimenticio de la lógica.
Un ejemplo muy gráfico: tú llegas a casa empapado tras estar en la calle, donde llovía sin parar. La sopa de pollo para el alma te dice que no te preocupes, te acerca una toalla y te hace un colacao.
El sopicaldo, nada más abrirte la puerta, lo único que te suelta es un "la culpa es tuya por no haberte llevado un paraguas" y un "ahora enfermarás y habrá que cuidarte".
Y eso cansa tanto...
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