Esta tarde conectando puntos, pensaba que en mi vida he tratado de hacer dos cosas: decir la verdad y no herir a nadie. Pero nunca he podido hacer ambas cosas a la vez. También esta tarde, alguien o algo me ha hecho recordar una frase de Paul Valery: “Los libros tienen los mismos enemigos que el hombre: "el fuego, la humedad, los animales, el tiempo, y su propio contenido”.
A veces te encuentras en ruinas en casi todos los aspectos de tu vida, y encima, si miras alrededor, a todo el mundo le va mejor que a ti. La auténtica verdad es que nadie es tan guapo, tan alto y tan delgado como en sus fotos de Instagram, pero tú estás en un bache lleno de barro y ellos cruzan la ruta 66, sonriendo con el cabello al viento mientras de fondo suena “San Francisco” de Scott McKenzie.
Y así todo el rato, con promesas frágiles como tartas que se desmoronan ante el egoísmo de una nueva vida. Miles de horas perdidas en nuestras memorias, desplazadas en segundos por la novedad. Tiene gracia, y, si algún día me pilláis de buen humor, os escribiré el por qué. Citando a mi querida Vale: “no puedo con la estupidez de las personas”.
Mientras todo esto sucede, me dejo acunar por las posibilidades y por la sensación de estar siendo coherente conmigo mismo, aunque siempre me queda en el fondo ese regusto amargo de tener que pelear y defenderlo todo. Es como si nunca fuera suficiente, como si la vida a veces se presentara voraz e insaciable, siempre masticando y tragando, inexorable y lenta, acechando en cada esquina y acto.
Me duele que puedas escapar de esto con tal facilidad.... pero quizá ha llegado ese momento en que nuestros demonios necesitan un infierno más grande.
«Un día voy a escribir todo lo que siento. Y talvez lo leas y te preguntaras si se trata de ti. Y probablemente sí. Y posiblemente ya no».
«Se puede matar todo menos la nostalgia (…) la llevamos en el color de los ojos, en cada amor; en todo lo que profundamente atormenta y desata y engaña».
Te vi amar y fallar y no sé cuándo me gustaste más: cuando te contemplé proclamándote diosa o cuando te observé confesándote humana....
A veces te encuentras en ruinas en casi todos los aspectos de tu vida, y encima, si miras alrededor, a todo el mundo le va mejor que a ti. La auténtica verdad es que nadie es tan guapo, tan alto y tan delgado como en sus fotos de Instagram, pero tú estás en un bache lleno de barro y ellos cruzan la ruta 66, sonriendo con el cabello al viento mientras de fondo suena “San Francisco” de Scott McKenzie.
Y así todo el rato, con promesas frágiles como tartas que se desmoronan ante el egoísmo de una nueva vida. Miles de horas perdidas en nuestras memorias, desplazadas en segundos por la novedad. Tiene gracia, y, si algún día me pilláis de buen humor, os escribiré el por qué. Citando a mi querida Vale: “no puedo con la estupidez de las personas”.
Mientras todo esto sucede, me dejo acunar por las posibilidades y por la sensación de estar siendo coherente conmigo mismo, aunque siempre me queda en el fondo ese regusto amargo de tener que pelear y defenderlo todo. Es como si nunca fuera suficiente, como si la vida a veces se presentara voraz e insaciable, siempre masticando y tragando, inexorable y lenta, acechando en cada esquina y acto.
Me duele que puedas escapar de esto con tal facilidad.... pero quizá ha llegado ese momento en que nuestros demonios necesitan un infierno más grande.
«Un día voy a escribir todo lo que siento. Y talvez lo leas y te preguntaras si se trata de ti. Y probablemente sí. Y posiblemente ya no».
«Se puede matar todo menos la nostalgia (…) la llevamos en el color de los ojos, en cada amor; en todo lo que profundamente atormenta y desata y engaña».
Te vi amar y fallar y no sé cuándo me gustaste más: cuando te contemplé proclamándote diosa o cuando te observé confesándote humana....
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